El vuelo aterrizó en el Aeropuerto Internacional Alfonso Bonilla Aragón alrededor de las 10:00 de la mañana, hora local, y la ciudad de Cali nos dio una cálida bienvenida, como si los vientos del Valle del Cauca estuvieran ansiosos por recibirnos.
Tomamos un Uber, cuyo costo de aproximadamente 35 dólares nos llevó a través de las animadas, concurridas y movidas calles del centro, donde la vida parecía latir en cada esquina.
Una vez allí, mi estómago empezó a hablarme, así que decidí que era el momento perfecto para disfrutar de un buen almuerzo. Caminé por las amplias avenidas, que lucían impecables, sin residuos y con aceras diseñadas para que los peatones se sintieran cómodos.
Mientras paseaba, un colorido cartel me llamó la atención, y no pude resistir la tentación de entrar al Centro Cultural Alejandría.
El lugar era un refugio acogedor, un pequeño restaurante familiar que emanaba calidez. Sus paredes estaban pintadas con colores vibrantes, decoradas con libros, árboles y obras de artistas locales que narraban historias del Cauca.
La atmósfera era un deleite para los sentidos, un espacio donde la cultura colombiana se entrelazaba con la gastronomía de manera magistral.
Decidí empezar con unas tapas de berenjenas asadas, conocidas como berenjenas al escabeche. La mezcla de sabores y texturas, acompañada de rebanadas de pan crujiente, fue un verdadero festín.
A solo 3,500 pesos colombianos, que equivalen a menos de un dólar, estaba disfrutando de una explosión de sabores que me transportó aún más al corazón de la cocina colombiana.
Como plato principal, opté por un pastelón de berenjenas, panes y ensalada. Una delicia, con buena porción. Los platos tardan entre 5 y 10 minutos en llegar a la mesa, debido a que suelen prepararlos cuando el cliente realiza la orden.
Además, degusté la famosa chuleta valluna: filetes de pollo apanados, acompañados de papas fritas, una fresca ensalada, arroz blanco y una sopa del día, y cada bocado era un homenaje a la riqueza culinaria de la región.
No podía dejar el lugar sin probar un postre, así que pedí una deliciosa torta de zanahoria, que cerró la experiencia de manera perfecta.
Al final, la cuenta sumó 24,000 pesos. Con el tipo de cambio a 3,800 pesos por dólar en ese momento, no podía creer lo accesible que resultaba la experiencia.
En Cali, la propina es opcional, lo que añade un toque de flexibilidad a la cuenta, que solo incluía los precios y el IVA.
El Centro Cultural Alejandría no solo ofrecía comida; era un auténtico baile literario, una fusión de arte y sabores que te invitaba a quedarte todo el día, desde desayunos hasta platos fuertes, pasando por refrescantes bebidas naturales y cervezas.
Así, con el alma llena de satisfacción y el estómago contento, me dejé envolver por el encanto de Cali, ansiosa por descubrir más de lo que esta vibrante ciudad tenía para ofrecer.
Dejo su cuenta de instagram, para cuando vayan a Cali, sepan que La Destilería les hizo una recomendación de este imperdible para almorzar.